Hará unos 18 años de aquel suceso
en casa de mis padres. Mi hijo se acercó gateando a una cómoda, con aquel
movimiento de felino patoso tan gratificante para el recuerdo, porque había
visto la llave del cajón inferior en el suelo. Cosas de niños. La cogió y, con
la hinchazón de la curiosidad y del asombro, intentó introducirla en la
cerradura, pero falló. Era la primera vez que intentaba aquella proeza y, como
todas las primeras veces, fue traumática.
Yo, padre orgulloso y
excesivamente preocupado, le cogí la mano para dirigirla pedagógicamente en la
dirección correcta y conseguir el éxito, el falso éxito. Y en ello estaba
cuando mi padre, que nos observaba con mirada de viejo, me dio tal manotazo que
la llave salió por los aires.
—Déjalo —me dijo antes de que la llave hiciera cinc contra
el suelo.
Y lo dejé en su mundo. Entonces,
el niño volvió a coger la llave, se acercó a la cerradura, con aquel movimiento
de felino patoso tan gratificante para el recuerdo, y la introdujo en la
cerradura.
Bella historia, bellamente contada, con moraleja, sin moralina, como debe ser.
ResponderEliminarY creo que mi restaurante también tiene alguna que otra estrella en tu personal guía Michelin... ;)
Mis dos cociner@s preferid@ sois mi madre y tú.
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