sábado, 3 de marzo de 2012

Déjalo


Hará unos 18 años de aquel suceso en casa de mis padres. Mi hijo se acercó gateando a una cómoda, con aquel movimiento de felino patoso tan gratificante para el recuerdo, porque había visto la llave del cajón inferior en el suelo. Cosas de niños. La cogió y, con la hinchazón de la curiosidad y del asombro, intentó introducirla en la cerradura, pero falló. Era la primera vez que intentaba aquella proeza y, como todas las primeras veces, fue traumática.
Yo, padre orgulloso y excesivamente preocupado, le cogí la mano para dirigirla pedagógicamente en la dirección correcta y conseguir el éxito, el falso éxito. Y en ello estaba cuando mi padre, que nos observaba con mirada de viejo, me dio tal manotazo que la llave salió por los aires.
—Déjalo —me dijo antes de que la llave hiciera cinc contra el suelo.
Y lo dejé en su mundo. Entonces, el niño volvió a coger la llave, se acercó a la cerradura, con aquel movimiento de felino patoso tan gratificante para el recuerdo, y la introdujo en la cerradura.

Entre semana como en casa de mis padres, el mejor restaurante del mundo, miro la cerradura, la del cajón inferior, y evoco el clinc de la llave contra el suelo.

2 comentarios:

  1. Bella historia, bellamente contada, con moraleja, sin moralina, como debe ser.

    Y creo que mi restaurante también tiene alguna que otra estrella en tu personal guía Michelin... ;)

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  2. Mis dos cociner@s preferid@ sois mi madre y tú.

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