jueves, 1 de marzo de 2012

Para político, mi abuelo


Un político era una persona respetable, al menos para mí. Mi abuelo lo fue, de Burriana, a principios de los años 60, y se dejó la piel en tal empresa sin cobrar ni un duro. Su recuerdo, su caballerosidad y su altruismo provocaron en mí ese respeto del que hablaba hacia sus colegas. Tanto era así que el hecho de encontrarme con cualquiera de ellos por la calle me provocaba una sensación, no solo de respeto, sino de admiración.
A día de hoy, sin embargo, con tantos truhanes sin escrúpulos, despilfarradores de lo ajeno, caraduras y sinvergüenzas, bufones sobre seguro, ladrones de guante blanco y chorizos patógenos se me ha olvidado el respeto. Se quedó en la época de los Beatles. Más aún: lamentablemente, el viejo respeto, polvoriento y caducado, ha sufrido una transmutación que aquel niño, cuyo abuelo fue concejal, creería inverosímil. Aquel niño, decía, nunca habría imaginado que llegaría a despreciar a los colegas anacrónicos de su abuelo.
¡Coño! ¿No pueden asistir gratis a los plenos? Así, sin más. Gratis. Un concejal habría de serlo por amor al arte, no porque no tenga otro medio de ganarse la vida. Además, ¿no tienen a sus machacas para hacerles el trabajo?

Mi abuelo dignificó el cargo y ese cargo, ahora, no dignifica a quien lo ocupa porque, quien lo ocupa y no le preocupa, ha hecho de él un negocio.

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