martes, 14 de febrero de 2012

La reivindicación de un poeta


Lo habrán ascendido a capitán en el Club de los Poetas Muertos, indudablemente. Y seguro que extasía a sus oyentes con sus imágenes, sus gestos, su voz, mientras se balancea como un trapecista que avisa del triple mortal.
José Esteve Patuel (1923-2001) fue, sobretodo, un poeta burrianense. Eso es lo que fue durante toda su vida. De cuando en cuando, también fue un rey del sobresaliente en la escuela, un bogart en el Passapoga madrileño, abogado imbatido en los estrados, alcalde de su ciudad, profesor inolvidable, conversador insaciable, individuo admirado y meta inalcanzable para quienes lo conocieron. Todo eso es algo de lo que fue, pero, sobretodo, decía, fue un poeta.
Lamentablemente, su reino no era de este mundo, por lo que no le interesó esa inmortalidad que ofrece el recuerdo. Su obra se esfumó con él y las pocas publicaciones, algunas de autor para los amigos y otras de ámbito exclusivamente local, deben de estar escondidas en cajones polvorientos o caídas por detrás de estanterías de viejo. Pocos somos los que conservamos alguna fotocopia de un manuscrito suyo o algún ejemplar amarillento del único libro que le publicó la Caja Rural de Burriana: Cuando hablo conmigo.
Las nuevas generaciones no deberían perdérselo, ni tampoco el resto del mundo. No podemos dejar que se volatilice su obra. Por eso, y para ir haciendo boca, añado los versos iniciales del poema Vacío de mi con los que me he identificado desde siempre.

Estar vacío es lo que más me aterra.
La sensación de ser sólo corteza,
un monigote que anda sin justificación,
un hueco estúpido,
un tambor sin sonido,
inútil nebulosa, que no puede crear mundos.

En la foto vemos a José Esteve Patuel dibujado por Vicente Traver Calzada.

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